Caminar en oscuridad (1)
En la gran tarea de nuestra transformación interior
que nos exige el Evangelio, no todo es cuestión de esfuerzo que ha de ser
coronado con el éxito, sino que ha de contar siempre con nuestra pobre
realidad, débil por naturaleza y siempre desgarrada por profundas contradicciones.
Cambiar nuestra persona es el trabajo más arduo, más ingrato y más desesperante
que existe sobre la tierra.
¿Quién no se siente defraudado al comprobar, día tras
día y año tras año, la pervivencia de las mismas miserias y defectos, las
contradicciones sangrantes entre lo que deseamos hacer y lo que hacemos, las
sorprendentes y vergonzosas caídas que ponen en entredicho el nivel moral que creíamos
tener? ¿Y cómo no sentir las tentaciones del desaliento, cuando estos continuos
fracasos parecen ser la prueba fehaciente de nuestra irremediable impotencia?
Una y mil veces chocamos con la dura realidad: los
ideales que nos proponemos están destinados a ser desmentidos por nuestra forma
de vivir, y el buen concepto que cada quien tiene de sí mismo ya no es tan alto
cuando tenemos que valorarnos por lo que realmente hacemos. Y nos viene,
naturalmente, la amargura que produce siempre el fracaso y la profunda
contrariedad de nunca vernos libres de nuestras miserias.
En este doloroso contexto, pues algo se puede decir
para no caer en la desesperanza. Así que espero que los próximos post a publicar den algo
de luz al camino que cada uno recorre.
2 comentarios:
hasta que no aprendamos a vernos con los ojos de Dios, creo que siempre sentiremos ese fracaso.
Un abrazo y mi oración
Santo Adviento.
Un saludo en Cristo y María-Virgen.
Publicar un comentario