Me parece un dato curioso, que
cuando el Señor envía a sus discípulos no está pensando en lo que han de llevar para
ser efectivos, sino en lo que no han de llevar. Podría ser que un día se
olvidasen de lo esencial y viviesen encerrados en su propio bienestar.
Según nos indica el texto evangélico
no llevarán “ni pan, ni alforja, ni dinero”. Es decir, no han de vivir
obsesionados por su propia seguridad. Llevan consigo algo más importante y
esencial: el Espíritu de Jesús, su Palabra y su Autoridad para humanizar la
vida de las personas con quienes se van a encontrar.
Para que sus discípulos sean
fieles colaboradores en el proyecto del reino de Dios y prolonguen así su obra
redentora en el mundo es necesario, más que las “indumentarias”, cuidar un “estilo de vida”.
Esto no lo entendemos bien
hoy. Nos preocupamos más por lo que vemos y no por lo que reproduce la persona.
O especulándolo desde otra perspectiva:
El “echar demonios y curar” son los signos de la preocupación por los demás. El
signo más claro de que ha llegado el Reino, es la ayuda a los demás. Reflejo fidedigno
de un discípulo de Cristo.
22:44
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Nos decía ayer el Santo Evangelio que tenemos que estar en vela, es decir, despiertos. Despiertos para esperar la venida del Señor. Despiertos para entender los signos del Reino. Sin embargo, muchos de nosotros somos más bien cristianos dormidos. O, al menos, adormitados. Gente tibia, cómoda, algo floja… que estamos más pendientes de nuestras cosas que de lo que tendríamos que estar atentos. Y uno diría “ya tengo bastante con lo mío”. Y es cierto. La rutina, el trabajo de cada día, la corriente del río muchas veces nos arrastra. Y nos olvidamos de todo lo demás, de todo lo que nos rodea. También de nuestra vida cristiana y de los compromisos que hemos adquirido.
El Adviento, y especialmente este año con el ciclo B, es una llamada a despertarnos. Esto no quiere decir que nos olvidemos de lo que tenemos que hacer, que desatendamos a nuestras obligaciones, sino que, atendiéndolas, tengamos la mente y el corazón puesto en lo que es importante. Es decir, toda nuestra vida. Vivir nuestra fe no sólo de palabra. Sino de palabra y de obras. Con la mirada puesta en el Reino que viene y con las manos afanadas, cada uno desde su puesto, en el mundo en que vivimos.
16:17
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"No es mi problema". Algo así pensaron y dijeron los discípulos de Jesús en aquel despoblado, ante el problema de aquella multitud sin comida. Y los discípulos eran buena gente, como la mayoría de los hombres y mujeres de ayer y de hoy. Pero una cosa es ser más o menos bueno -un poco aquello de: yo no robo ni mato- y otra bastante distinta es sentir los problemas de los demás como propios.
Jesús, sin embargo, no aceptó el sencillo decir "no es mi problema". Antes de hacer lo que solemos llamar el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, hace como otro milagro, previo y más importante -y quizá incluso más difícil-: el milagro de contagiar su interés por todos, su preocupación por todos, su acción eficaz en favor de todos. No hace falta que la gente se vaya: que cada uno por su cuenta busque la solución de su problema. Traigan lo que tengan, aunque sea poco. "Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio". Y lo poco compartido, se convirtió en mucho, suficiente para todos y aún sobró. Y es que lo que tenemos -aunque sea poco- si es compartido, siempre es mucho.
10:41
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Jesús, en el evangelio, nos habla de un hombre que encontró un tesoro en un campo. Sabía que aquello le resolvería los problemas para siempre. El campo era muy caro. Pero él lo quería. Recogió todo lo que tenía, todas las demás propiedades, y las vendió. Se quedó sin nada para poder adquirir aquel campo y hacerse con el tesoro.
En cierto modo ese hombre del que nos habla Jesús es como Salomón. Lo olvida todo para conseguir la sabiduría. Para Salomón, la sabiduría es el tesoro escondido.
Nosotros no somos Salomón, ni tenemos un campo que comprar, pero sí tenemos una vida, una vida que necesitamos vivir con plenitud. El mundo nos presenta muchos valores que deslumbran: dinero, fama, poder... Muchos valores también que van cambiando según las modas. Vemos a las personas que se mueven entusiasmadas, ahora con esto, ahora con aquello y, a menudo, después, las encontramos desencantadas, desorientadas, como si volasen sin norte. La vida necesita una razón que coordine todas nuestras actividades, que las impulse, que las ilumine. Necesita un tesoro. Pero muchas veces este tesoro está escondido.
Los cristianos, en este sentido, no solamente debemos ser seguidores. Se trata ante todo de ser descubridores. Un descubrimiento que siempre es un don de Dios, aunque normalmente sólo se nos da después de la oración humilde y confiada, después del servicio generoso a los hermanos. Pero es un descubrimiento que, de una vez por todas, ilumina todos los rincones de la existencia y comienza una marcha definitiva, cargada de luz y de amor. Encontrar a Jesucristo en todos los ámbitos de la vida es encontrar un tesoro escondido en la cotidianidad.
19:38
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Muchas veces aquellos que siguen más de cerca a Jesús pasan por momentos de mayor prueba y dificultad. No se necesitan muchos argumentos para mostrar que los cristianos comprometidos pasan por momentos muy duros en la vida. Es una realidad que salta a los ojos. Más aún, parece que aquellos que están más cerca de Dios y que se han confiado de modo más total y absoluto a Él, el Señor los prueba más duramente y da la impresión que los abandona por momentos o temporadas.
Pensemos en esos grandes héroes de la fe, como el beato Juan Pablo II que sufrió tanto en la perdida de sus familiares y amigos, así como todas las contrariedades de la II Guerra Mundial y el posterior régimen comunista. Pensemos en el Padre Pío que tenía experiencias tan místicas de Dios y, al mismo tiempo, sufría físicamente por los estigmas y moralmente por la incomprensión humana. En realidad, ellos hacen la experiencia de Jesús: se abandonan en las manos del Padre y saben que no quedaran defraudados. Aceptan de Dios con gozo cuanto Él les quiere enviar, porque no se detienen a considerar el obsequio, sino el autor del mismo. Siempre y en todo miran a Dios que es amor y eso les hace superar cualquier obstáculo y dificultad.
Dios es amor y Dios es más fuerte que el mal y que el pecado. No nos desalentemos, por tanto, cuando parezca que Dios nos tiene un poco abandonados. En realidad, Él nunca nos abandona, en todo caso se oculta por momentos para vernos luchar y para robustecer nuestra fe. Animémonos como los primeros cristianos a vivir nuestra fe por encima de cualquier adversidad. Vivamos nuestra fe, no como un “minimum” necesario, sino como el sentido que orienta y dirige nuestra vida.
9:33
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En la escena de Betania llama poderosamente la atención la frecuencia con la que el evangelista muestra a Jesús conmovido. Se le anuncia en frase concisa y bella que “el que amas está enfermo”. Se dice que Jesús amaba a Lázaro y a sus hermanas. Al ver llorar a María y a los que la acompañaban Jesús se turba, solloza, se siente conmovido. Más tarde Jesús se echa a llorar y, nuevamente, ante la tumba muestra su pesar. Se revela así de un modo sencillo la enorme compasión del Señor, su rica sensibilidad, su humanidad. Él es verdadero Dios y verdadero hombre que comparte solidariamente la suerte de los mortales. Él es el buen samaritano que al ver la desgracia del transeúnte se mueve a compasión, Él es el buen pastor que da la vida por sus ovejas. Dios y hombre, perfecto en su humanidad y perfecto en su divinidad. En él comprendemos que Dios es amor.
Aquello que más consuela a la persona humana es el sentirse amada, sentirse eternamente amada, y por eso, es preciso que el hombre vuelva su mirada a Cristo, revelador del amor del Padre. El paso del tiempo va dejando sus huellas en la vida del hombre en su espíritu y en su cuerpo: a la infancia sucede la juventud y a ésta la edad madura y la vejez. Nuestro cuerpo sufre el deterioro ocasionado por el tiempo. La sensación de encaminarse hacia el atardecer de la vida está presente en la vida del hombre. Es preciso, por tanto, volver a estas palabras del evangelio: “El que amas está enfermo”. En medio de la enfermedad y del dolor y de lo inevitable de la muerte hay “alguien” con mayúscula que me ama con amor infinito. La persona que atraviesa por la prueba de la enfermedad puede sentir la seguridad de que Cristo la ama y la acompaña en este trance de su vida.
22:12
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Cuando se entabla el dialogo con el Señor, la primera inquietud que muestra la samaritana es la de calmar su sed. Los antepasados del pueblo judío andaban errantes con sus rebaños de una fuente a otra. Los más famosos (como Jacob) habían cavado pozos, en torno a los cuales el desierto empezaba a revivir.
Así somos los hombres: buscamos por todas partes algo para calmar la sed y estamos condenados a no encontrar más que aguas dormidas o estanques agrietados, como lo dice el libro del Génesis. Jesús, en cambio, trae el agua viva, que es el don de Dios, y que significa el Espíritu Santo.
Cuando hay agua en el desierto, aunque no aflore en la superficie, se nota por la vegetación más tupida. Lo mismo pasa con nosotros: nuestros actos se hacen mejores, nuestras decisiones más libres, nuestros pensamientos más ordenados hacia lo esencial. Pero no se ve el agua viva de la que proceden estos frutos; ésa es la gracia divina contra la cual la muerte no puede nada.
La mujer samaritana tenía una segunda inquietud: conocer ¿Dónde está la verdad? Jesús le dice: Has tenido cinco maridos... En esto expresa el destino común de la gran mayoría de la humanidad, que ha vivido sirviendo a muchos dueños o maridos y, finalmente, no tienen a quien poder reconocer por su Señor.
Este encuentro en el pozo de Jacob es la historia de nuestro propio encuentro con Jesús; los caminos por los que Jesús lleva a esa mujer a reconocerlo y a amarlo son los caminos por los que lleva a cabo nuestra conversión paso a paso. Al final la mujer se hace discípula de Jesús, y por su propia experiencia se hace también su apóstol. El conocimiento de Jesús es la fuente del apostolado. Evangelizar es compartir nuestra experiencia con otros.
20:23
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¿Cómo les ha ido en el mes de noviembre? Espero que muy bien y, sobre todo, espero que no haya pasado en vano. En este sentido, estoy seguro que, a propósito de algunas fechas del calendario señaladas, habremos de vivir diciembre intensamente y, en la medida de nuestras posibilidades, con todo el sentido posible.
En esta línea festiva hay una fecha, inseparable de la Navidad, que de ninguna manera –y menos los que amamos a la Virgen- puede pasar desapercibida por todo lo que entraña para la Iglesia y, también, para cada uno de sus hijos. Me refiero a la solemnidad de la Inmaculada Concepción que, en medio del tiempo litúrgico de Adviento, celebramos todos los años el 8 de diciembre.
La Virgen, que es Inmaculada, elegida por Dios desde el inicio de su vida, también ha elegido a Dios como su todo. La Inmaculada se ha puesto en sus manos, entendiendo que sólo Dios es el centro. Se ha descentrado. Ahí comienza un excepcional camino que ha cambiado la historia de la humanidad. Su apuesta por Dios le ha permitido elegir bien. En la Inmaculada reconocemos el sentido de la vida humana. Ella nos dice que cuando Dios se apodera de una persona, y ésta se deja poseer por Dios, descubre el sentido y alcanza la plenitud.
Que Ella, por tanto, nos ayude a poner a Dios en el centro y elegir bien lo que Él quiere de nosotros.
17:34
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La vida de Zaqueo, amigos, era una vida cómoda y perversa. Su fama de recaudador de impuestos hacía que, muchos ojos, estuvieran puestos en él. Y no precisamente para bien. Pero, de repente, la vida de aquel pequeño gran hombre cambió radicalmente con una interpelación de Jesús: ¡baja Zaqueo!
Aquel encuentro fue sorprendente, y la invitación de Jesús inesperada. ¿Qué sentiría Zaqueo al encontrarse cara a cara con Jesús? ¿Qué tendría de especial Zaqueo para que Jesús se fijara en él?
Los dos tenían actitudes y respuestas complementarias: Zaqueo estaba adornado por la riqueza del mundo, pero con un corazón apresado, infeliz y arrendado por el dinero; Jesús, irradiaba la felicidad, la luz y la paz, aunque –visiblemente- pudiera dar la sensación de ser un mendigo.
Y, miremos por donde, recaudador de impuestos y mendigo, se hicieron los encontradizos en el camino. Se cambian los papeles: Jesús mendiga el amor del recaudador Zaqueo, y Zaqueo mendiga la grandeza, el perdón, la comprensión y la amistad del Jesús mendigo. Aquel encuentro cambió radicalmente el itinerario existencial de un hombre que, subido a un árbol, logró dar con ese otro gran árbol de la salvación que iba anunciar Jesús: su cruz.
22:58
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¿Por qué propuso Jesús la parábola del "administrador injusto"? El mensaje parece contradecirse con el Evangelio de Jesús. San Agustín, al reflexionar sobre ella dice que no le agradó aquel siervo fraudulento; defraudó a su amo y sustrajo cosas, no ciertamente las suyas. Además le hurtó a escondidas, le causó daños con el fin de prepararse un lugar de descanso y tranquilidad para cuando tuviera que abandonar la administración. Jesús no contó esta parábola porque aquel siervo hubiera cometido un fraude, sino porque fue previsor para el futuro. Si él se preocupó por la vida que tiene un fin, ¿por qué nosotros no nos preocupamos por la vida eterna? es decir no se alaba en la parábola la iniquidad, ni la injusticia, sino la astucia, la previsión de este hombre que tenía claro el medio para conseguir el fin que pretendía.
¿Cuáles son los medios que debemos emplear los seguidores de Jesús para "vivir" lo que El nos enseña? No debemos dejarnos atrapar por las redes que este mundo nos tiende, hemos de estar despiertos para no dejarnos amoldar por propuestas antievangélicas, como lo es la riqueza material.
Es triste que, mientras la gente se pasa la vida llorando por no poder alcanzar los bienes caros, se dejen de cultivar los que tenemos al alcance de la mano. La más grande y "barata" de las riquezas es la amistad. Un buen amigo vale más que una mina de oro. Sentirse comprendido y acompañado es mayor capital que dar la vuelta al mundo. Alguien que nos ayude a sonreír cuando estamos tristes es más sólido que una cuenta bancaria. ¡Y qué barato sale tener un buen amigo!; cuesta menos que una lata de soda o una porción de pan. Lo pueden tener los pobres y los ricos y casi nos es más fácil a los primeros.
10:15
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Hoy todos hablan de una “tolerancia”, preciosa máscara, que disfraza el “todo vale y te callas porque si no, no eres tolerante”; la dictadura dentro de la democracia. La auténtica tolerancia es la de aquellos que, a pesar de escuchar otras opiniones, no recurren a trampas o engaños si no dan la cara, su “otra mejilla” por lo que piensan. Poner la otra mejilla sólo funciona cuando se habla de la verdad absoluta e infalible: el amor. Todos sabemos que el “ojo por ojo” es el piloto de la desgracia, la cadena de la muerte.
Poner la otra mejilla no es una cobardía; requiere valor o, mejor dicho, creer en un gran valor, que en muchos casos se paga con la propia vida. Los mártires son su testimonio. Personas que no ofrecen nada a cambio del odio recibido más que su propia vida, personas que no han dudado que la otra mejilla es el único “punto y aparte”. Pero, para otros, poner la otra mejilla es reflejo de estupidez; y es que, hoy en día, ser bueno raya para muchos en lo estúpido. Todo aquel que piensa lo contrario, que no va de progre –porque siempre lo ha sido y no lo necesita demostrar- o que no se atiene a las normas de los defraudadores de valores es condenado al submundo de los “intolerantes”. Todos sabemos al final quiénes han puesto la otra mejilla. Hay un sin fin de cristianos de la otra mejilla: pasan sin destacar, no aparentan, llaman la atención por lo que son, por lo que hacen. Dejan abofetear su mejilla, ponen su cara y sus huesos por los desahuciados de un mundo “progresista”, por los que no tienen derecho a vivir como nosotros porque son niños, mayores, inmigrantes, analfabetos, no han nacido, están enfermos y, cómo no, en casi todos los casos, son pobres de todo.
15:28
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San Lucas nos presenta en el Evangelio de hoy a Jesús que camina hacia Jerusalén. Es un viaje prolongado que el tercer evangelista refiere en más de una ocasión. En este detalle han visto los exégetas la intención de presentar toda la vida pública de Jesucristo como un largo itinerario hacia la Ciudad Santa, el lugar del sacrificio supremo del Señor, y también de victoria total sobre la muerte y sus enemigos. Un ejemplo claro para que también nosotros hagamos de nuestros días un camino, empinado o llano, que nos lleva hasta Jerusalén, hasta la cruz y la gloria.
Alguien le propone al Señor una cuestión que a todos nos interesa, ya que a todos nos afecta. Le dicen si serán pocos los que se salven. La misma formulación parece esperar ya una respuesta limitada. No obstante, Jesús no responde en ese sentido. Se limita a decir que hay que esforzarse por entrar por la puerta estrecha. Añade que muchos intentarán entrar y no podrán hacerlo. Eso no excluye que sean más los que también lo intenten con buen resultado.
Por otra parte, hemos de pensar que el sacrificio redentor de Jesucristo es de un valor infinito, capaz de cubrir con el amor que supone todos los pecados del mundo. Además hemos de tener presentes otros pasajes de las Sagradas Escrituras en los que se habla de la muchedumbre enorme que nadie podría contar. Así en el Apocalipsis, además de los escogidos de Israel, se habla de esa multitud innumerable perteneciente a toda nación, tribu, pueblo y lengua. Otro dato que nos ha de llenar de esperanza es el saber que en Dios destaca de forma particular su misericordia, su capacidad infinita de perdón y de olvido. Dios es amor, nos dice san Juan en una descripción sencilla y entrañable. Amor que sabe de compasión y de perdón.
21:12
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Cuenta san Lucas que Nuestra Señora, ya encinta de Dios, se fue de prisa a las montañas de Judea, donde su parienta Isabel mujer entrada en años, iba a alumbrar por aquellos días un hijo. Allí, en una aldea que la tradición señala como Ainkarim, nombre que significa la fuente del viñedo, María recitó un himno de acción de gracias, el Magníficat, donde se proclamó bienaventurada. Algo del todo correspondiente al saludo del Ángel en Nazaret, quien la llamó Llena de Gracia. Así tenía que ser y así sucedió también en el momento de su muerte, cuando fue llevada al cielo en cuerpo y alma. Un hecho que el papa Pío XII nos presentó, como verdad fundamental de nuestra fe, el 1 de noviembre de de 1950. Pero además la Asunción de María nos pone delante nuestro destino final. Aquello que la Iglesia define como la resurrección de la carne. Sólo que María ha logrado esta meta, en un tiempo anterior a nosotros. Aunque al decir tiempo, volvemos a mirar a esta tierra y no al cielo, el cual se ubica en la eternidad.
Jesús, en su predicación nos prometió una vida perfecta más allá de la muerte. Sin embargo nunca explicó a sus discípulos el cómo de esta futura existencia. Nos pedía creer en él, sabiendo que estas cosas no podíamos comprenderlas todavía. Vale entonces que nuestra fe se convierta en irrebatible confianza. Que nuestras inquietudes se trasformen en filial seguridad. Que en nuestra marcha vayamos aligerando el equipaje, porque somos peregrinos hacia la patria.
San Agustín advierte: “No hagas más preguntas sutiles sobre esto. Te basta saber que resucitarás de una forma semejante a aquella en la cual apareció el Señor, luego de su Resurrección. Y no busques más sobre el tema, pues en vez de encontrar la verdad, hallarías solamente tus propias imaginaciones”.
18:46
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Muchas son las veces que Jesús aparece en los Evangelios sumido en oración. El evangelista san Lucas es el que más se fija en esa faceta de la vida del Señor y nos la refiere en repetidas ocasiones. Esa costumbre, ese hábito de oración, llama la atención de sus discípulos, los anima a imitarle. Por eso le ruegan que les enseñe a rezar, lo mismo que el Bautista enseñó a sus discípulos. El Maestro no se hace rogar y les enseña la oración más bella y profunda que jamás se haya pronunciado: el Padrenuestro.
Lo primero que hay que destacar es que Jesús nos enseña a dirigirnos a Dios llamándole Padre. La palabra original aramea es la de Abba, de tan difícil traducción que lo mismo san Marcos que san Pablo la transmiten tal como suena. Es una palabra tan entrañable, tan llena de ternura filial y de confianza, tan familiar y sencilla, tan infantil casi, que los judíos nunca la emplearon para llamar a Dios
Por otra parte recordemos que esa oración que Jesús nos enseña nos dice que Dios es Padre nuestro. No mío ni tuyo, sino nuestro. Es cierto que las relaciones que Jesús establece entre Dios y el hombre son relaciones personales, de tú a tú. Pero también es verdad que esas relaciones pasan por el prójimo, hasta el punto que si nos olvidamos de los hermanos, no podemos llegar hasta el Padre. Así, pues, no se puede ser hijo de Dios sin ser hermano de los hombres. Por eso le llamamos Padre nuestro y pedimos el pan nuestro de cada día y que perdone nuestras deudas -no mis deudas-, al tiempo que prometemos que también nosotros, por amor suyo, perdonamos a nuestros deudores...
21:24
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Hoy nos habla el Evangelio de que Jesús va a Betania y se hospeda en casa de Marta y María, las hermanas de Lázaro. No es la única vez que entra el Señor en esta casa, como nos lo indica, por ejemplo, el evangelista san Juan. Se ve que Jesús se encontraba a gusto con aquella familia que le ama con sencillez y generosidad. Allí había calor de hogar, un ambiente de sosiego y de paz, de dicha serena y entrañable. De ahí que podamos considerar Betania como un modelo para nuestros hogares que, por la predilección de Jesús, debería parecerse al de Nazaret. Es de gran importancia conseguir que el propio hogar tenga ese calor de familia, que sea un lugar en el que gusta estar y vivir, un sitio para descansar y recuperar fuerzas, el rincón íntimo de nuestra vida en el que encontramos cariño y comprensión, consuelo y ánimo para la lucha y el trabajo de cada día, descanso para las fatigas que la existencia humana comporta.
Marta y María a pesar de ser hermanas eran, sin embargo, muy distintas. Marta parece nerviosa e inquieta, se preocupaba demasiado de las cosas materiales, se angustiaba porque no llegaba a lo que ella quería. Se multiplicaba para dar abasto con el servicio, dice la versión litúrgica de este pasaje de San Lucas. María por el contrario aparece tranquila y de carácter sosegado. Y se plantea, dentro de estos caracteres, esa cuestión interesante y difícil. La del sentimiento místico dentro de la oración y de la cercanía a Jesús. Y el planteamiento de la acción, de la necesaria acción para hacer crecer el Reino de Dios. Planteadas esas dos posturas como contradictorias son, en realidad, coincidentes. Todos los santos han sido místicos en la acción. Y eso es lo que deberíamos ser nosotros.
19:31
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Espero publicar alguna idea sobre el Evangelio de cada domingo, comenzando desde hoy.
¿Y quién es mi prójimo?
Prójimo es un modo para hablar del cercano. No solamente las normas, los principios… se encuentran cerca de nosotros, sino también aquellos en los que tenemos que poner en práctica esos principios. Para ser cristianos no es imprescindible buscar personas a las que haya que hacer el bien, sino que más bien se trata de hacer el bien a las personas que vienen a nuestro encuentro, el mismo hecho de no vivir solos, de raramente estar solos, hace que siempre podamos practicar el cristianismo. Hay que hacer el bien a todos, por lo tanto puede ser un lujo y algo poco cristiano podernos permitir con quién podemos practicar nuestro cristianismo, porque nuestro cristianismo precisamente hay que practicarlo con todos.
Lo cercano es un don y el acercamiento es nuestro compromiso. Es Dios quien primeramente se ha hecho cercano a nosotros, poniéndonos su mensaje como un deseo de felicidad que hay ya en lo profundo del corazón. También es un don el vivir siempre con alguien, que con su sola presencia hace presente a Dios, y que con sus riquezas nos va enriqueciendo. Todo esto es un don. Para que nuestra vida a partir de este ejemplo sea también un permanente acercamiento, un don, un entregarnos a los demás. Lo lejano lo tenemos que hacer cercano y lo cercano lo tenemos que hacer íntimo a nosotros. En nuestra historia, Dios no nos ha dejado en la cuneta, tampoco nosotros podemos dejar a Dios en ninguna cuneta. No podemos agradecer la cercanía de Dios que siendo capaces nosotros mismos de hacer cercanos a todos los que nos rodean, el pecado de nuestra cercanía es que acercarnos a alguien muchas veces significa dejar a otros aún lado.
22:46
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