Los regalos y los Reyes
“Entraron en la casa, vieron al niño con María, su
madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron: después, abriendo sus cofres, le
ofrecieron regalos…”
Me ha dicho un colega que soy afortunado pues recibo
muchos regalos. Le he respondido que no sé por qué me dan obsequios pero que al
final me siento sumamente agradecido pues responden a un anhelo muy humano y
muy difícil de describir.
Cierto que los regalos son siempre algo externo, algo
que se queda fuera, que –en la mayoría de los casos- sólo se puede usar y que,
indefectiblemente, terminará por perderse. El regalo en sí importa poco.
Importa todo, sin embargo, el cariño que se pone en él. Me decía otro colega
que los regalos deben aceptarse siempre, porque si te los ofrecen por cumplir y
los rechazas, se fastidian, y si los dan de corazón, el rechazo dolería mucho.
El regalo auténtico es una forma de decir: “Te conozco
y por eso te doy algo que te gustará, pero sobre todo me alegro mucho de que
existas”. O algo así. Los regalos de verdad no son pagos de gratitudes ni formas
de ostentación ni inductores de la generosidad ajena. Son la materialización de
un afecto que resulta incomprensible con palabras, como un misterio, y busca
otros aliviaderos expresivos. Por eso conmueven más algunos.
Que a ejemplo de los Reyes Magos sepamos regalar y
también recibir.
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