La conversión necesaria III
La mayoría de seres humanos somos demasiado superficiales y demasiado inconscientes para lograr descubrir la vanidad inmensa del mundo y la vanidad de nuestros propios corazones. Es preciso, por tanto, tener una profunda experiencia sobre la vida para ver su vanidad, y es preciso tener un gran corazón para sentir el vacío de la existencia.
He aquí, pues, una primera condición para buscar a Dios: buscar la plenitud en el mundo y no encontrar más que vacío, perseguir la luz y andar siempre en tinieblas, anhelar un amor total y no hallar más que frustración.
La profunda experiencia de nuestra miseria y de nuestro pecado, resulta –en algunos casos- imprescindible para que surja la necesidad y deseo de liberación interior. El que llega a convertirse sabe que el mal que le encadena y le hace infeliz no está fuera, sino dentro de sí mismo, en su corazón corrompido y enfermo por el pecado.
Quizá sean pocos los que experimentan su pecado como ofensa a Dios, pero todos experimentamos sus efectos destructores en la propia alma. Y de esa experiencia, mil veces repetida, surge la necesidad y deseo de salvación.
Muchos llegaron a Dios porque quisieron liberar su corazón de los estrechos límites de su egoísmo y rompieron, al fin, todas las ataduras miserables que les impedían volar: es la conversión de las almas tibias en almas fervorosas. Y hay otros que llegaron a Dios experimentando todo el drama destructor de sus grandes equivocaciones y pecados: son los que extraviaron por completo el sentido de su vida y desearon encontrarlo siendo hombres nuevos.
En uno y otro caso, la dolorosa experiencia de nuestra miseria es la que debe impulsarnos a buscar la salvación, porque –no olvidemos- Dios sólo viene a salvar a quien se siente perdido.
1 comentarios:
Gran resumen sobre la conversión. Me parece muy acertado. Qué increíble cómo toca los corazones más duros mediante la sensación y la certeza de la miseria humana.
Te invito a que visites mi blog porque he publicado hoy mismo una conversión que merece la pena leer.
Un saludo,
CiT.
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